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  La magia silenciosa de los amaneceres Hay un momento del día en que el mundo parece respirar distinto. Es un instante que llega sin ruido, con pasos suaves, tiñendo el cielo de colores imposibles. El amanecer es una de las maravillas cotidianas más subestimadas por quienes prefieren dormir hasta que el sol ya está alto, pero para los que despiertan temprano, se convierte en un regalo de belleza pura y renovación interior. El amanecer tiene la cualidad única de ser promesa. Mientras el atardecer es cierre, nostalgia y despedida, el amanecer es apertura, esperanza y comienzo. Incluso en los días difíciles, ver salir el sol recuerda que siempre es posible empezar de nuevo. Es un símbolo universal de renacimiento; las culturas antiguas lo interpretaban como el triunfo de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte. Aún hoy, cuando lo contemplamos desde una ventana o caminando por la calle, sentimos que algo se enciende en nosotros. Los colores del amanecer son imposibles...

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La ciencia del escalofrío que da placer

Hay un momento muy preciso —apenas unos segundos— en que el cuerpo se rinde sin explicación y decide reaccionar con un escalofrío. No es de frío ni de miedo, sino uno de esos que te sacuden la piel como si una nota musical te rozara la columna vertebral. A veces lo provoca una canción, un susurro inesperado, una palabra dicha justo en el tono perfecto. Es una pequeña descarga que no puedes controlar, pero que, en secreto, te encanta.

Este fenómeno tiene nombre, aunque suene más a conjuro que a término médico: frisson. Palabra francesa que significa “escalofrío” y que ha sido estudiada por neurocientíficos, músicos, amantes del cine y, por supuesto, los que se dejan llevar por la magia de lo intangible. El frisson ocurre cuando se mezclan sorpresa, belleza y emoción de forma repentina, como un beso robado o un verso que te rompe sin aviso.

El cuerpo responde liberando dopamina, la misma sustancia química del placer, como si te estuvieran premiando por sentir algo intenso. Y es que no todos los cuerpos reaccionan igual. Hay personas más sensibles a estos “micro orgasmos sensoriales”. No se trata de exageración ni de romanticismo: su piel realmente es un campo de alta sensibilidad. El arte los atraviesa. Las palabras los rozan. La música los eleva.

Curiosamente, la música es la gran culpable de la mayoría de estos escalofríos placenteros. Esas notas que suben de golpe, la voz quebrada de un cantante, un coro que entra cuando no lo esperas. Es como si te abrieran una ventana en el pecho. A veces también ocurre con ciertas escenas de películas o incluso con alguien leyendo en voz alta un texto que te eriza. ¿Te ha pasado? Entonces eres parte del club no oficial de los frissonistas.

Pero el frisson también tiene su lado íntimo. A veces se esconde en momentos que no tienen banda sonora, como cuando alguien te acaricia la nuca justo donde empieza el cuello, o te roza el brazo apenas con la yema de los dedos. Es el lenguaje de lo mínimo: el roce sutil, el susurro preciso, el calor repentino. Es el cuerpo diciendo “esto me importa” sin necesidad de palabras.

En un mundo donde todo corre tan rápido, el frisson es como una pausa poética. Un instante donde se juntan la belleza y la vulnerabilidad. Donde no hay filtros, ni lógica, ni defensas. Es algo que no se puede forzar, ni predecir, ni fingir. Y eso lo hace doblemente precioso.

Así que la próxima vez que algo te sacuda la piel con ese escalofrío tan dulce, no lo ignores. Disfrútalo. Acarícialo desde dentro. Porque aunque dure apenas un par de segundos, lo que despierta es puro, íntimo y tan real como un beso que no se olvida.


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