Mirar por la ventana: el arte de estar sin hacer Hay un momento que parece no valer nada y, sin embargo, lo contiene todo: quedarse quieto, sin propósito aparente, simplemente mirando por la ventana. Es un gesto casi invisible, tan cotidiano que rara vez se detiene uno a pensarlo. Pero en ese acto mínimo —sin ruido, sin meta, sin productividad— hay una forma de contemplación que la vida moderna ha tratado de borrar con listas de tareas y pantallas encendidas. Mirar por la ventana, aunque no lo parezca, es un ritual ancestral. Es lo que hacían los sabios, los niños, los poetas y los ancianos: dejar que el mundo pase, sin intervenir, y aprender a existir desde la simpleza. Uno se sienta, se recuesta o simplemente se detiene en medio del tránsito doméstico, y los ojos buscan un punto más allá del cristal. Tal vez sea un árbol meciéndose con el viento, o las luces de los autos dibujando líneas líquidas en el asfalto mojado. Tal vez sea el vuelo de una paloma, o las cortinas del ...
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