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  Lo que pasa cuando alguien te gusta de verdad (y lo intentas disimular) Hay algo absolutamente delicioso en el intento torpe —y a veces inútil— de disimular cuando alguien te gusta. El corazón no entiende de estrategias, pero el cerebro insiste en jugar al poker. No mostrar. No decir. No mirar tanto. No responder tan rápido. No parecer demasiado disponible. No parecer desesperado. Pero ay… cuántas historias empiezan con ese no parecer . Cuando alguien te gusta de verdad, todo el cuerpo se entera. No necesitas admitirlo: lo delatan tus pupilas, el tono con el que respondes, la forma en que se te enreda la risa cuando hablan. Y aunque trates de mantener la compostura, de ser “cool”, “indiferente”, “tranquilo”, por dentro estás bailando un lento con nervios en los dedos. Está ese momento clásico en el que repites mentalmente una respuesta antes de enviarla. Como si fuera una jugada maestra. Y lo lees mil veces, editas, dudas, lo borras… lo vuelves a escribir. Porque aunque sea...

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El extraño alivio de pensar en alguien sin hacerlo público

Hay personas que nos habitan en secreto. No forman parte de nuestras redes sociales, no aparecen en nuestras fotos, no saben que pensamos en ellas cuando estamos solos. Pero están ahí, latiendo bajito. No porque queramos esconderlas, sino porque a veces lo más profundo se guarda donde nadie más lo ve.

Pensar en alguien sin necesidad de escribirle es un pequeño acto de ternura silenciosa. No busca respuesta. No espera nada. Solo se siente. Como cuando estás en medio del caos del día y, sin razón aparente, una sonrisa se te escapa al recordarle cómo se le arrugan los ojos al reír. O cuando escuchas esa canción y ya no es tuya, sino suya, porque sin querer se la diste la primera vez que la escucharon juntos.

Vivimos en un tiempo donde todo parece necesitar una prueba. ¿Realmente ocurrió si no se publicó? ¿Importa si no se dijo en voz alta? Pero hay amores, afectos o simples conexiones que se cultivan en la intimidad de la mente, donde no hacen ruido, pero crecen como enredaderas suaves. Y no, no siempre se trata de amor romántico. A veces es admiración, nostalgia, deseo contenido o incluso gratitud pura por alguien que no lo sabe.

Pensar en alguien también es una forma de cuidar. Es como prender una vela en un cuarto vacío. Sabes que nadie la va a ver, pero igual la enciendes. Porque ese acto —mínimo, secreto, bello— también te ilumina por dentro.

No todo lo que sentimos necesita un “me gusta”, un emoji o una frase bien construida. Algunas emociones son más honestas cuando nadie las ve. Se sienten con el cuerpo, no con el teclado. Y ahí está su magia. Porque lo que no se dice, a veces, se guarda mejor.

Quizás por eso los recuerdos más intensos suelen ser los que menos compartimos. Aquella conversación bajo la lluvia. Esa mirada larga al despedirse. Un silencio que dijo más que mil palabras. Están guardados como tesoros diminutos, donde solo tú puedes volver cuando lo necesitas.

Así que no te preocupes si piensas en alguien que ya no está cerca, o que tal vez nunca supo lo que despertó en ti. No todo tiene que transformarse en declaración. A veces, simplemente, pensar en alguien es una forma de amor. Y eso —aunque nadie lo vea— ya es bastante.


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