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  El uso de los CD de música: una mirada a su evolución y vigencia Durante décadas, los CD de música (discos compactos) fueron el formato predilecto para disfrutar de álbumes completos con alta calidad de sonido. Introducidos en la década de 1980, los CD marcaron una revolución tecnológica en la industria musical, desplazando progresivamente a los vinilos y cassettes gracias a su portabilidad, durabilidad y fidelidad sonora. Aunque su popularidad ha disminuido con la llegada de formatos digitales y plataformas de streaming, los CD todavía mantienen un lugar relevante en ciertos círculos musicales y coleccionistas. En sus inicios, los CD ofrecieron una solución innovadora a los problemas que presentaban los medios analógicos. Al ser un formato digital, permitía una reproducción de audio sin pérdida de calidad, evitando ruidos o deterioro con el uso constante. La posibilidad de saltar de una pista a otra sin rebobinar, así como el diseño físico más compacto y resistente, atrajo ...

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Las noches que no se repiten

Hay noches que se graban en la piel como si fueran tatuajes invisibles. Noches donde el tiempo parece ceder, donde el cuerpo habla otro idioma y el alma se atreve a mostrarse sin miedo. No siempre son planeadas. A veces suceden porque alguien nos mira de una forma distinta, porque hay una música que suena justo como si supiera lo que sentimos, porque el aire huele a deseo, a despedida, a algo que no volverá. En esas noches no se necesita promesa ni futuro, porque el presente lo inunda todo. Dos cuerpos que se encuentran, dos respiraciones que se sincronizan sin pedir permiso, dos historias que por unas horas se cruzan en la oscuridad sin importar lo que venga después. Y cuando todo termina, no queda vacío. Queda memoria. Queda fuego.

No todas las noches son así. Algunas pasan sin dejar rastro. Pero hay otras que, sin aviso, se transforman en momentos que uno recordará siempre. No por lo que se dijo, sino por lo que se sintió. Noches que tal vez no debieron pasar, pero pasaron igual. Donde los besos tenían gusto a urgencia, y el tacto era una forma de escribir con el cuerpo lo que el alma no se atrevía a pronunciar. Donde el deseo no era solamente físico, sino también emocional, profundo, lleno de todo eso que se esconde durante el día. No hay luz más sincera que la que se enciende cuando nadie está mirando. Y en esas horas suspendidas, nos atrevemos a ser nosotros mismos de una manera que rara vez permitimos.

Tal vez por eso duelen un poco. Porque sabemos que no se repetirán. No porque no queramos, sino porque ese instante, esa energía, esa conexión exacta no volverá a alinearse de la misma forma. Aunque veamos a la persona de nuevo, aunque intentemos recrearlo, no será igual. Porque lo mágico no se fabrica: ocurre. Y eso lo vuelve valioso, pero también melancólico. Porque parte del deseo también es saber que hay un final. Que no es eterno, que no se quedará. Y eso nos hace entregarnos con más fuerza. Como si, al intuir que no durará, el cuerpo y el corazón quisieran absorber cada segundo, quemarlo en la memoria, grabarlo en los sentidos.

Con los años, uno no recuerda cada detalle. Se borra la ropa, el lugar, hasta las palabras. Pero no se olvida la sensación. El temblor. La mirada antes del primer beso. El calor en el pecho. El suspiro después. Y aunque tratemos de explicarlo, siempre faltan palabras. Porque esas noches no se narran, se sienten. Se reviven en silencio, en soledad, como un secreto compartido solo con la memoria. Y a veces, en medio de otro día cualquiera, vuelven. Con una canción, un olor, una imagen. Y no duelen, pero laten.

Las noches que no se repiten no están hechas para quedarse. Están hechas para marcarnos. Para recordarnos lo vivos que podemos sentirnos, lo intensos que podemos amar, lo profundo que puede ser un momento aunque no tenga continuidad. Son fugaces, sí, pero reales. Y lo real no necesita repetirse para ser eterno. Solo necesita haberse sentido de verdad. Y esas noches, las que no se repiten, se sienten en todo el cuerpo… incluso mucho tiempo después.


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