






Lo que dejamos y lo que guardamos: una historia de objetos
Todos tenemos un cajón, una caja, una esquina del armario donde se acumulan objetos que ya no usamos, pero que tampoco queremos tirar. Un boleto de cine viejo, una carta escrita a mano, una prenda desgastada que ya no nos queda, pero que alguna vez significó algo. Son cosas que podrían parecer insignificantes, pero que conservamos como si fueran reliquias. Y en cierto modo, lo son: son restos del naufragio del tiempo, fragmentos de lo que fuimos.
Guardar objetos es una forma de extender la memoria. No confiamos del todo en nuestro recuerdo, así que buscamos anclas físicas que nos devuelvan a ciertos momentos. Un llavero puede llevarnos de vuelta a un viaje olvidado. Un perfume puede traer de golpe la presencia de alguien que ya no está. En esos objetos se esconde un lenguaje silencioso que solo nosotros podemos descifrar. Lo importante no es su valor económico, sino la historia que contienen, incluso si no la contamos a nadie más.
A veces, esos objetos actúan como un puente entre el pasado y el presente. Nos recuerdan que fuimos otros antes de ser quienes somos ahora. Esa camiseta que ya no usamos, pero que alguna vez llevamos con orgullo, habla de una etapa, una versión anterior de nosotros mismos que queremos conservar. Guardamos también lo que no supimos cerrar del todo: una relación inconclusa, un deseo que no se cumplió, un capítulo que terminó demasiado pronto. En el fondo, conservar esos objetos es una manera de no soltar del todo lo que una vez nos dolió o nos hizo felices.
Pero no todo lo que guardamos debe permanecer con nosotros para siempre. Hay un arte en aprender a soltar. Revisar esos cajones o cajas puede ser un ejercicio terapéutico. Preguntarnos por qué aún tenemos esa entrada, ese llavero, esa carta. ¿Todavía nos dice algo? ¿Nos devuelve una emoción que vale la pena revivir? A veces, el acto de desechar también es un acto de amor propio: el reconocimiento de que ya no somos esa persona, y que está bien avanzar más livianos.
Sin embargo, nunca se trata solo de cosas. Se trata de lo que esas cosas nos permiten sentir, revivir, entender. Nuestro vínculo con los objetos es profundamente emocional y simbólico. Por eso, más allá del minimalismo o del apego, lo que importa es el equilibrio. Guardar con sentido, soltar con conciencia. Porque no hay nada de malo en querer sostener un recuerdo. Lo importante es que no nos pese tanto como para no poder seguir caminando.


