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“Los Cinco Sentidos del Mundo”

Cada entrega explorará un lugar, cultura o fenómeno desde un sentido específico: la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto.

Para comenzar, elijo el sentido del olfato, y nos vamos a sumergir en un país donde los aromas lo impregnan todo: India.

Los Cinco Sentidos del Mundo: India, el País que Huele

La India no se mira primero, se huele. Antes de que los colores cieguen, antes de que los tambores resuenen o las especias abracen el paladar, el primer contacto es el aire: denso, vivo, inconfundible. Es una sinfonía de aromas que no se detiene, una corriente invisible que transporta siglos de historia, fe, cocina y tierra caliente.

El incienso y lo sagrado

En cada templo de la India, desde los ghats de Varanasi hasta los santuarios de Tamil Nadu, el olor del incienso es omnipresente. Los palitos arden lentamente frente a estatuas cubiertas de flores, creando una atmósfera mística, entre lo terrenal y lo divino. El sándalo, el jazmín, el benjuí y el patchouli no solo perfuman: elevan, guían, marcan el paso de lo espiritual en lo cotidiano.

Este perfume religioso no se limita al templo. Se escurre a las casas, a los mercados, a las ropas. Cada día comienza con un ritual de humo perfumado, como una ofrenda al día que empieza.

Las especias: olor de historia

India huele a especias, a mercado abierto, a especieros abiertos como cofres. El cúrcuma tiñe el aire de amarillo, el comino lo vuelve terroso, el clavo y la canela lo endulzan con profundidad. En cada cocina, el mortero golpea semillas que liberan su esencia, y el aceite caliente es un lienzo para componer el plato del día.

No importa si es curry, biryani, dosa o chai: el olor llega antes que el sabor. Y se queda. En la ropa, en la piel, en los recuerdos.

Las flores como mensaje

India también es un país de flores aromáticas. El gelsomino y la rosa damascena están en los collares que se ofrecen a los dioses, pero también en los que se entregan a los huéspedes, en bodas, en funerales, en festivales. El marigold (caléndula) es el olor de la protección, de la celebración, de los rituales. Las mujeres entrelazan flores en su cabello; los niños las lanzan al río.

Y luego está el attar, el perfume tradicional sin alcohol, que se fabrica desde tiempos mogoles a base de flores destiladas en aceites esenciales. Se vende en pequeños frascos que parecen contener la esencia misma del alma india.

Los olores de la calle

La India también es cruda en su aroma: el sudor del calor, el estiércol de las vacas sagradas, el humo de los autos, el polvo que flota sobre las avenidas, los mangos maduros que caen y fermentan en la sombra. No es un país desodorizado, y eso forma parte de su autenticidad. Su verdad está en el contraste, en lo que te desafía tanto como lo que te seduce.

En la estación de trenes de Delhi, en los callejones de Old Hyderabad, en los muelles de Kochi o los bazares de Jaipur, el olfato es una brújula: te guía o te sacude, pero nunca te deja indiferente.

Olor a pertenencia

Quien ha vivido en India lleva su olor por semanas, a veces por meses. Se impregna en los libros, en la maleta, en los sueños. El olor de India no se olvida porque no es uno solo: es una multitud. Es la respiración de millones de vidas, el eco de ritos ancestrales, el calor de una tierra que huele con la fuerza de mil soles.

India no se resume en una postal ni en una receta. India se recuerda por el aire que se respira allí. Un aire denso de historias, de flores, de humo, de especias, de humanidad en estado puro.

Y cuando cierras los ojos en otro rincón del mundo y un aroma a cardamomo o a incienso atraviesa la habitación, algo dentro de ti dice: he vuelto a la India.

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